Datos de una encuesta longitudinal de más de 3,000 adolescentes de entre 11 y 14 años, registrados antes de la aparición de COVID y en los primeros meses de la pandemia en 2020, hallaron que las relaciones sustentadoras con la familia y amigos y las conductas saludables —como realizar actividad física y dormir mejor— parecieron proteger contra los efectos perjudiciales de la pandemia sobre la salud mental de los adolescentes.
La investigación, publicada hoy en el American Journal of Adolescent Health, estuvo patrocinada por el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA) y otras entidades de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH). Para el análisis se utilizaron datos del Adolescent Brain Cognitive Development (ABCD)
Study, el mayor estudio a largo plazo del desarrollo cerebral y la salud infantil realizado hasta la fecha en Estados Unidos.
Los investigadores también exploraron los predictores de estrés, ansiedad y síntomas depresivos observados, y hallaron que las adolescentes fueron más propensas que los adolescentes a experimentar angustia psicológica durante la pandemia. Factores psicosociales —entre ellos, tener relaciones familiares malas o de poca calidad, pasar más tiempo frente a la pantalla y ser testigo de discriminación con relación a la pandemia— también predijeron la angustia de los jóvenes.
“La adolescencia temprana es una época en la que los jóvenes ya experimentan rápidos cambios físicos, emocionales y sociales, y la pandemia de COVID-19 ha alterado tremendamente esta etapa sensible de la vida”, dijo la Dra. Nora D. Volkow, directora del NIDA. “Este estudio nos ayuda a comprender de qué modo factores modificables del estilo de vida afectan la salud mental y el bienestar de los adolescentes, y puede guiar el desarrollo de intervenciones diseñadas para proteger a los jóvenes durante eventos que generan estrés sustancial. Esto es importante ahora, mientras continuamos lidiando con la pandemia, y también en la respuesta a crisis futuras a nivel local y nacional”.
En este estudio, los investigadores analizaron datos de una cohorte longitudinal de más de 3,000 participantes del estudio ABCD de entre 11 y 14 años, y sus familias. Estos jóvenes adolescentes y sus padres completaron evaluaciones prepandémicas antes de febrero de 2020, con las que se documentó una base de referencia de reportes de padres o cuidadores sobre la externalización de problemas (por ejemplo, mostrar conductas agresivas, no respetar las reglas) y trastornos del sueño (por ejemplo, su duración), y reportes de los jóvenes sobre la internalización de problemas (como sentirse ansiosos o deprimidos). Los padres y los jóvenes participantes a continuación completaron en forma separada tres encuestas en línea sobre COVID-19, realizadas entre mayo y agosto de 2020, que contenían más de 200 elementos relacionados con aspectos psicosociales y de estilo de vida.
Los investigadores utilizaron métodos de aprendizaje automatizado para buscar patrones de efecto positivo, ansiedad, estrés y síntomas de depresión en las encuestas. Luego, interpretaron los resultados a través de un algoritmo para obtener una jerarquización de variables según su importancia en la predicción de los resultados de salud mental en los jóvenes. Las variables principales se categorizaron en ocho rubros: aspectos demográficos; mecanismos de defensa (por ejemplo, comer a horarios regulares); actividad física; relaciones; recursos (por ejemplo, incapacidad de costear alimentos); tiempo frente a la pantalla; pautas de sueño (por ejemplo, trastornos del sueño antes de la pandemia), y otros (por ejemplo, problemas psicológicos antes de la pandemia).
Entre todos los predictores posibles que se consideraron, las variables de relaciones positivas —como conversar sobre los planes para el día siguiente con los padres o participar en actividades familiares— y las relacionadas con conductas saludables —como realizar actividades físicas y dormir mejor— se ubicaron entre los principales predictores de gran efecto positivo, y también actuaron como protectores contra el estrés, la ansiedad y la depresión. Por el contrario, más tiempo frente a la pantalla, incluido el tiempo en redes sociales y videojuegos, y la observación de racismo o discriminación con relación al coronavirus emergieron como importantes predictores de efectos negativos. El estudio también halló que las niñas y quienes ya tenían problemas de salud mental o trastornos del sueño al comienzo de la pandemia parecieron ser particularmente vulnerables al impacto negativo de la pandemia de COVID-19.
“Enfocarnos en lo que podemos hacer para apoyar a los jóvenes, como mantener una rutina tanto como sea posible, caminar al menos 10 minutos al día y fortalecer las relaciones familiares, es realmente importante en tiempos de estrés”, dijo la Dra. Fiona C. Baker, directora del Centro de Ciencias de la Salud en SRI International en Menlo Park, California, e investigadora principal del grupo de ABCD Study en SRI.
Los autores también observaron que, en comparación con la muestra completa de aproximadamente 11,800 personas del estudio ABCD, este estudio incluyó solo una submuestra de 3,000 jóvenes con datos suficientes de las evaluaciones de ABCD antes de la pandemia y de las encuestas sobre COVID-19. En comparación con el estudio ABCD completo, esta muestra incluyó menos participantes hispanos/latinos (16% vs. 20%), menos participantes negros (7% vs. 15%) y más participantes asiáticos (5% vs. 4%); asimismo, el nivel de educación de los padres tendió a ser más elevado (por ejemplo, 42% vs. 34% de padres con títulos de posgrado). La generalizabilidad del estudio, por lo tanto, se ve limitada por el hecho de que la muestra no es representativa de la población de Estados Unidos.
“Esta recopilación adicional de datos de COVID también es un valioso ejemplo de cómo el equipo del estudio ABCD pudo pivotar efectivamente dentro de ese proyecto tan amplio para aprovechar esta importante oportunidad de aprendizaje durante la pandemia”, dijo la Dra. Orsolya Kiss, becaria de posdoctorado en SRI International y autora principal del estudio. «Además, las técnicas de aprendizaje automatizado permitieron que los datos mismos identificaran las conclusiones, en vez de basarlas en expectativas o hipótesis. Si bien el equipo dirigió la estructura de qué datos obtenidos antes y durante la pandemia se incorporaron, el modelo determinó qué era importante”.
Adolescent Brain Cognitive Development Study y ABCD Study son marcas registradas comerciales y de servicio, respectivamente, del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos (HHS).
Referencia:
- O Kiss, et al. The pandemic’s toll on young adolescents: Prevention and intervention targets to preserve their mental health
- . Journal of Adolescent Health. DOI: 10.1016/j.jadohealth.2021.11.023 (2021).
Acerca del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA): El NIDA forma parte de los Institutos Nacionales de la Salud, una dependencia del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos. El NIDA patrocina la mayor parte de la investigación mundial sobre el impacto que el consumo de drogas y la drogadicción tienen sobre la salud. El Instituto conduce una gran variedad de programas para orientar políticas, mejorar la práctica y avanzar en el conocimiento científico de la adicción. Para obtener más información sobre el NIDA y sus programas, visite www.nida.nih.gov.
Acerca de los Institutos Nacionales de Salud (NIH): Los Institutos Nacionales de la Salud, el organismo nacional de investigación médica, comprenden 27 institutos y centros y forman parte del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos. El NIH es el principal organismo federal que conduce y respalda la investigación médica básica, clínica y traslacional, y está trabajando en la investigación de las causas, los tratamientos y la cura de enfermedades, tanto comunes como infrecuentes. Para obtener más información sobre los Institutos Nacionales de la Salud y sus programas, visite www.nih.gov.
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