Por Lorenzo Bazzoni

En España aún quedan alrededor de 40 millones de metros cuadrados construidos que siguen conteniendo amianto, una cifra preocupante y con la que se está trabajando para conseguir reducir los casos de diagnósticos de asbestosis, o incluso mesotelioma relacionado con la exposición a este material.

Al año, las muertes relacionadas con el amianto ascienden a 2000, pero además, cada año, se diagnostican 1200 pacientes con patologías derivadas de productos como el cemento, los frenos de automóviles, tuberías o techos que seguían fabricándose con este tipo de producto y materia.

Por eso, su retirada se ha convertido en una prioridad. “Aunque desde el año 2001 está prohibida la producción, distribución y venta de productos que contengan amianto en nuestro país, es necesario seguir apostando por empresas y profesionales que reemplacen las estructuras e infraestructuras que siguen en pie” explican desde Grupo Torres&Ocaña.

La retirada del amianto es un proceso costoso y complejo, pero merece la pena la inversión por los beneficios en la salud de la sociedad que esto produciría y por la prevención de seguir incrementando las patologías diagnosticadas que se derivan de su elección para formar parte de la construcción en el pasado.

Aún así, hay buenas noticias. Alrededor de 230.000 toneladas de amianto han sido retiradas desde 2002 hasta 2019, principalmente de edificios públicos y de infraestructuras como carreteras y puentes.

Fases para la retirada del amianto en infraestructuras

Ante todo, hay que tener claro que hay que acudir a especialistas avalados por las autoridades competentes para su segura retirada.

Una vez esto ocurre, hay que seguir un protocolo estricto que garantice la seguridad de trabajadores y de la población que rodea la edificación. Con ello, en un primer momento se evalúa la situación para determinar la cantidad de material que es necesario retirar.

Tras eso, es clave garantizar un protocolo de seguridad para la actuación con equipos de protección personal y barreras que eviten que se propague el polvo del trabajo a desarrollar, así como sus fibras. Una vez retirado, se coloca en bolsas herméticas para su transporte y eliminación.

Al final, llegan a unas instalaciones preparadas para la gestión de este tipo de residuo que, con la última tecnología disponible, es capaz de destruirlo garantizando también evitar la contaminación ambiental.

Por Lorenzo Bazzoni